El valor de la vida
En el 2017 decidí dejar definitivamente atrás la vida de oficina, y dedicarme a escribir.
Pero para escribir necesitas estar en la sintonía correcta, con la cabeza en su lugar y con bajos niveles de estrés. Sin embargo, también necesitas tener ingresos, nada de vida hippy cuando tienes una hija y cuentas que cumplir a fin de mes.
Busqué un trabajo flexible, algo que pudiera adaptar a mi horario de disponibilidad que era extraño, de 5 pm hasta las 10 pm.
No tenía muchas opciones, tal vez trabajar en un supermercado, en un restaurant, en una tienda, pero pronto aprendí que hasta para estos tipos de empleos buscan horarios firmes de 8 horas.
Gracias a una amiga encontré uno que se me adaptaba como anillo al dedo. Conseguí un empleo con personas que estaban al final de sus vidas, bajo cuidado paliativo por el NHS, que es el servicio de salud inglés.
Cuando los doctores se dan cuenta que el tratamiento no ha funcionado y ya no hay más vías que utilizar sin crearle mayor daño al individuo, le diagnostican al paciente con “fase terminal”.
Es muy difícil saber cuánto tiempo de vida le queda a ese paciente, por lo tanto, no pueden continuar en el hospital indefinidamente. Hay que liberar la cama y así se les envía a sus hogares, pero allí ingresaba el equipo de cuidado paliativo, en donde yo había tomado el empleo.
Ese fue mi punto de entrada en el sector en donde trabajo ahora medio tiempo, llamado Servicio Social y Salud, aunque ahora estoy entrenando en algo más específico, Salud Mental.
Cuando hice la entrevista me preguntaron si podía tolerar estar en contacto con líquidos corporales, a lo que respondí, “Pues yo tengo los mismos líquidos, así que estoy acostumbrada” y de hecho puedo lidiar bien con orina, flema, saliva, pus, pero no lo hago muy bien con sangre.
La sangre tiene un olor muy característico y fuerte, sobre todo cuando sale en abundancia y creo que hasta a los cirujanos les lleva tiempo adaptarse a su olor.
Sin embargo ese ha sido uno de los trabajos más gratificantes que he tenido, uno de esos trabajos que son para el corazón, donde irónicamente trabajas con personas que están muriendo, pero a ti te devuelve las ganas de vivir.
Siempre que tengas un trabajo en donde puedas aplicar compasión y empatía es muy positivo para tu espíritu y por ende, para tu organismo. Te sientes útil, y te hace producir serotonina y dopamina, dos neurotransmisores muy importantes para nuestro cerebro.
Así es la naturaleza, cuando eres cuidador, te recompensa para que estes fuerte y le cuides al otro.
Me tocaba viajar por el campo y ver el paisaje. Allí me pregunté por qué me encerré tanto tiempo en una oficina en vez de buscar otras opciones y trabajos al aire libre, esta vida es tan corta.
Iba a una casa 30 minutos y luego conducía a otra para hacer lo mismo, proveer medicación controlada, que no fueran inyectables, proveerles la merienda o la cena que generalmente eran comidas ya preparadas que sólo requerían ponerse al horno y luego ayudarles a comer si no podían hacerlo solos.
Recibes mucho entrenamiento antes, porque trabajas con personas con extrema vulnerabilidad y te hacen chequeos en tu prontuario policial y laboral, por obvias razones.
Trabajaba 5 horas por día, lo máximo que podía hacer porque te absorben la energía.
Podía conversar con ellos, porque muchos estaban en plena conciencia de que su tratamiento se había detenido, ahora era sólo cuestión de manejar el dolor, preparar el testamento, aceptar la situación y pasar todo el tiempo posible con la familia.
Hasta entonces mi idea del fin de la vida era muy diferente, pensé que entrabas en coma, estabas entubado en una cama, lo que ocurre en algunos casos, pero no en todos. Algunos morian al dormir, otros a mitad de la tarde, algunos van sin sufrir demasiado y otros pasan por una gran agitación.
Pero fue en este trabajo que aprendí a valorar la vida y darme cuenta lo increíblemente valiosa que es. La mayoría no quería morir, pero sobre todo vi algo que no había tenido en cuenta hasta entonces, que somos “seres de energía”. Sus energías se iban apagando y es por eso absorbían tanto de la mía.
Me cuesta verbalizarlo y ponerlo en palabras, pero a medida que iban llegando al final, más podía notar aquella energía que se iba desprendiendo y generalmente uno o dos días antes del deceso, la atmosfera se llena de una presencia muy pacífica y silenciosa.
A pesar de tanta tecnología, a los doctores todavía les cuesta atinar con precisión sobre el tiempo que le queda de vida a alguien. A Algunos les decían “te quedan tres meses” y vivían más de un año, o predecían seis meses y morían en un mes.
Una tarde de verano una de las pacientes me dijo “Quítame afuera” y la ayudé a salir al jardín. Afuera miró y me dijo “Mira el cielo, el movimiento de los árboles, los pájaros que cantan en las ramas, el aire, la luz, el calor, el olor del jardín. Voy a extrañar tanto todo esto”, y se echó a llorar, y yo lloré con ella. En mi caso lloré por el tiempo que viví sin notar la belleza del mundo en el que vivo todos los días. Vivía como zombi, sin ver, ni agradecer por este maravilloso show.
No pienses tanto para cambiar de carrera, esta vida es corta, pero lo suficientemente larga para tener más de una carrera professional o dedicarte a una pasión que tienes guardado desde hace tiempo.
Y cuando llegue la muerte, tranquilo. La muerte es tan serena y pacífica. Ahora que la he visto acontecer tantas veces, ya no le tengo miedo, es tan natural como la vida.
Sobre la Autora: Doraliz Aranda escribe desde Derby-Inglaterra. Ella escribe sobre salud mental y emocional en la vida y en el trabajo. Visita www.doralizaranda.com