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El viaje de la vida


Hoy hace 15 años tomaba aquellos vuelos que me traerían de Asunción a San Pablo, y luego a Londres. Viajaba con mi entonces marido,acabábamos de casarnos 3 semanas antes.


Ambos corrimos hacia el avión, muy entusiasmados con una nueva vida juntos.


Hoy me desperté y efectué mi rutina de gratitud de siempre. Me di cuenta del largo camino transitado. Tantas cosas han pasado desde aquel vuelo.


Ya no estoy con ese marido, nuestras manos se desprendieron con el tiempo, y hasta me pregunté si de haber sabido todo lo que me pasaría, volvería a tomar aquel avión.


Emigrar es una cuestión de fe, uno no sabe el camino que le espera más adelante.


Al principio vemos la oportunidad que podría presentarse allá lejos, mejores estudios, mejores universidades, mejores trabajos. Pero no podemos visualizar aún el efecto del cambio ambiental, la distancia de los afectos, la falta de cobijo y resguardo emocional, el largo y penoso camino de readaptación, y sobre todo un trabajo colosal con personas de un estilo emocional diferente.


Cosas tan pequeñas como separar la basura reciclable de la perecedera me costaron trabajo al principio, fue un esfuerzo habituarme a no ver el sol por siete o más días, eso casi acabó conmigo, viajar con medios de transporte modernos, claustrofóbicos, y confusos de conectar, añorar la culinaria de mi patria, y sobre todo soledad, mucha soledad.


Solo después de emigrar, se despertó una parte de mí que ni sabía que existía, una parte que podía sufrir.


Por años la melancolía me recorrió silenciosamente, como un río subterráneo, que muchos años después me dirían se llamaba duelo migratorio, un tipo de duelo que algunos aprenden a aminorar, aunque nadie se cura.


Aquellos que no pueden manejarlo, regresan.


He obtenido gran parte de lo que externamente se pretende obtener con este tipo de travesía, pero tengo los huesos y los nervios molidos. He aprendido a manejar lo referente a lo mental como la disciplina, organización, el buen juicio. Sin embargo, en lo emocional tengo mis subidas y bajadas, como si mi corazón estuviera pedazado, una parte anhela el sur y la otra parte se ha acostumbrado al norte.


De no haber tomado aquel vuelo, hoy estaría viviendo en Asunción, soñando con algún día vivir en algún otro lado, y tal vez ese deseo hubiera sido el río subterráneo que me recorría y no me permitía sentirme plena en donde estaba.


Manejar nuestros deseos y anhelos es lo que nos permite disfrutar del presente, apreciar en donde estamos y valorar a quienes nos rodean.


Si le damos rienda suelta a la ambición, no nos contentamos nunca. Por eso la ambición también necesita ser regulada.


Abrí la ventana, está soleado afuera, hay flores emergiendo por todas partes con una nueva primavera.


Sé que tomar el avión no estuvo ni bien ni mal, simplemente tomar ese camino me dio experiencias diferentes a los que hubiera tenido si me quedaba, pero la vida hubiera sido igualmente fantástica allá.


Ahora eso lo sé muy bien. No lo hubiera sabido, si no hubiera tomado el avión.



Sobre la Autora: Doraliz Aranda es Consejera Psicológica y Miembro Registrado del British Association of Counselling and Psychotherapy (BACP). Trabaja de forma presencial y online desde Derby Inglaterra. Conoce más visitando www.doralizaranda.com

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