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Duelo migratorio



LLuvia…mansa, o copiosa, o simple chaparrón, siempre cautiva mi atención y me serena. Cierro los ojos e imagino que me limpia. Lluvia, esa agua vendida que cae del cielo gracias a la magia de la naturaleza que la recoge del suelo en rocío, eleva su vapor al cielo y va acumulando agua en las nubes.


En el trópico las nubes son gigantescas, son masas blancas que van flotando en grupo en un azul cielo, se elevan como humo hacia la atmósfera. En cambio en el norte son lienzos blancos que se extienden por kilómetros sin fin, sin permitirle al menos un pequeño orificio al sol.


Yo le tenía mucha rabia y desencanto a las nubes y a la lluvia cuando me mudé en esta parte del planeta. Me quejaba, me decía “ya está lloviendo de nuevo”, “otro día nublado Dios mío”, me ponía suspirante y desanimada.


Estas nubes son una verdadera prueba para la psiquis de alguien del sur.


Todo eso cambió cuando un día vi un documental de Farrah Fowcett, aquella actriz americana tan reconocida por su espléndido cabello rubio con grandes rulos en ondas, a inicios de los 80 en los Ángeles de Charlie.


Le habían descubierto un cáncer en el hígado, había hecho todo tipo de tratamiento, pero estaba en una clínica de Alemania recibiendo tratamiento paliativo, sabía que se estaba muriendo.


En el documental la mostraban acostada en su cama cuando un chaparrón de primavera comienza a rociar las plantas de un jardín frente a su dormitorio, ella dice entre lágrimas “como voy a extrañar la lluvia” con esa voz nostálgica de alguien que sabía que se estaba yendo.


En el instante que vi aquella escena algo me hizo click en la cabeza, me amigué con la madre naturaleza que en estos lados tiene una belleza diferente, y mi visión de ella cambió.


Ahora puedo ver el rocío del pasto que cae cuando paso con mis botas de lluvia caminando, el aire que parece más liviano y más fresco para los pulmones, los distintos matices de verde que se acentúan con la falta de sol, y ese verde oscuro que me gusta tanto, que le llamo verde inglés, es el color de las higueras que se extienden por los cercos o trepa árboles, siempre tupido, solemne, que sirvió de inspiración a la lanilla inglesa que lleva verde de fondo con unas líneas muy finas de amarillo y celeste que veo en los sacos de los caminantes locales.


Pero lleva tiempo, lleva mucho tiempo para que el corazón aterrice a un lugar, le llaman duelo migratorio, la cabeza que no acepta, que prefiere el trópico, que busca el sol, el cielo azul, sin embargo, cuando tu corazón aterriza te cambia tu mirada del lugar, esa mirada ve cada detalle de un modo distinto, y es la mirada de los que NO vuelven a su tierra, pero terminan con la felicidad partida en la mitad, para siempre.



Sobre la Autora: Doraliz Aranda escribe desde Derby Inglaterra. Es Consejera Psicológica y publica sobre salud mental y emocional, siempre narrando en primera persona. Puedes visitar su página en www.doralizaranda.com/inicio




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