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¿Quién soy ahora?



Me hice esta pregunta cuando dejé el colegio y a mis compañeros de años atrás. También me formulé lo mismo cuando dejé la universidad atrás y me uní al mundo laboral.

La niñez, la adolescencia, la temprana juventud, la vida en mi país. Me he ido despojando de identidades para ir creciendo y avanzando. Todas las veces que he debido hacerlo me he llenado de nostalgia, algunos procesos han sido también extremadamente dolorosos.

Mi primer empleo tenía que ver con comercio internacional, un sector que me cautivó y al cual pertenecí por veinte años, que me trajo muchas satisfacciones como el de viajar y aprender otros idiomas y sus culturas. Pero un día me cansé de vivir cansada.


Dejé esa carrera atrás y de nuevo me pregunté… ¿quién soy ahora?


Este año he dejado un matrimonio, y la pregunta ya viene per sé.


Cuando ingresas a una relación, te expandes. Se amplían tus límites para dejar ingresar a alguien a tu vida. La otra persona hace lo mismo, y ambos cambian sus prioridades, le ceden territorio al otro para caminar un mismo andar.


Tus amigos ya no son lo más importante para ti, tu familia biológica también pasa a otro lugar y comienzas a concentrarte en la nueva unidad familiar que estas formando, que requiere de tiempo, esfuerzo, atención y mucho aprendizaje para mantenerlo de pie.


Pero cuando tu relación se rompe luego de años juntos, tu atención no cambia de foco instantáneamente. Al principio pierdes el sentido de ubicación, tu brújula no marca correctamente donde queda norte y sur, porque tú misma no tienes claro donde estas parada y qué es lo siguiente que buscas.


También al perder el sentido de pertenencia a una relación, debes recuperar tu identidad, tu individualidad.


Ahora ya no somos “nosotros” sino “yo” de nuevo. A veces me encuentro en una orfandad como nunca antes. Para nosotras un divorcio tiene un significado colosal.


Y se inicia una búsqueda que toma su tiempo, no solo de una nueva casa, sino de ti mismo.


Ahora me encuentro con una mujer que al mirarse al espejo tiene 41. Estoy en una nueva carrera, soy madre, y veo que cada decisión ya no me involucra solo a mí.


A pesar de que he salido del matrimonio, debo pensar en mi ex. Así como espero que él no venga un día a decirme: “me voy a vivir a Australia y le llevo a nuestra hija”, yo también debo ser considerada y medida en mis decisiones.


Pero voy descubriendo cosas nuevas en mí. Me gusta bailar samba, cantar canciones viejas, conversar con amigas de antaño, conducir por el campo, y llorar a veces desconsoladamente.


También noto que pongo límites a la mayoría de las personas, y he aprendido a decir “no”, sin sentir culpa.


Algunas cosas vienen con la madurez, entre ellas, he perdido el gusto por los chocolates, para darle lugar a la exquisitez de los picantes. También le he perdido el gusto a los casamientos, o a la idealización sobre ella, para darle bienvenida a otros tipos de relacionamiento.


Mi cuerpo ya no tolera el alcohol ni las drogas prescriptas. Pero hay cosas que sigo disfrutando, ver la puesta de sol, escuchar la lluvia y oler la tierra mojándose, dormir a veces la siesta, escucharle reír a mi hija, acariciarle al gato, y comer comida Latinoamericana.


Amo escribir.


Escribo como si estuviera conversando conmigo misma, y luego lo comparto con miles de personas…a los 41, no tengo nada de discreta. Tal vez finalmente perdí la vergüenza de cumplir con tantas normas sociales impuestas y autoimpuestas, y he perdido el absurdo temor de admitir que algo me duele.



(Sobre la Autora: Doraliz Aranda escribe desde Derby-Inglaterra. Es autora de 4 libros sobre salud mental y emocional desde la perspectiva de una paciente recuperada. Muy pronto su último libro "El Viaje de regreso a mí" estará disponible en formatos digitales. Para más información visita www.doralizaranda.com/inicio)


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